A veces me llama poderosamente la atención el entusiasmo que les provoca a los niños ver una película por segunda vez; la alegría que les da la tercera y el afán con que piden una cuarta.
He observado, no sin asombro, que cuando a un objeto, que en sus buenos tiempos supo servirnos, le llega el pase a disponibilidad, generalmente es interceptado (a veces a escondidas) por pequeñas manitos que dejan en suspenso la condena perpetua de "basura". Y así alargan la existencia de cuanto objeto se nos ocurra, de modo tal, que un cartón en desuso pasa a ser "el cofre de los tesoros"; y unas cuantas chapitas de botellas, el "tesoro" mismo. El más valioso.
Y es que los ojos de los niños son hermosos ventanales mágicos por donde se ve todo nuevo y sin tedio.
En un mundo donde todo es descartable: botellas, cajas, servilletas, pañales, cámaras fotográficas, paños, anteojos, cubiertos, vasos, platos, manteles, pañuelos, bebés, hombres y mujeres...; ellos, los niños nos enseñan a mirar las cosas con ojos de sorpresa...
...En un mundo donde todo es descartable necesitamos ojos de niños para llegar a descubrir la verdadera esencia de las cosas.